viernes, 8 de enero de 2010

Pascual Aláez Medina



Datos biográficos

Pascual Aláez Medina nació en Villaverde de Arcayos (León) el 11 de mayo de 1917. En septiembre de 1929 entra en el seminario de los Misioneros Oblatos en urnieta (Guipúzcoa) donde cursará los estudios secundarios. En 1934 pasa al noviciado de Las Arenas (Vizcaya) y hace su primera oblación temporal el 16 de agosto de 1935, y acto seguido pasa a Pozuelo de Alarcón para comenzar los estudios eclesiásticos. Terminado el primer curso de filosofía y tras un retiro de tres días, renueva sus votos el 16 de julio de 1936, festividad de Ntra. Sra. del Carmen.Le caracterizaba un espíritu alegre, animo­so, bondadoso y confiado. Nunca se sintió capaz de hacer mal a nadie y no se imagi­naba que alguien pudiera hacerlo. Tan sólo tenía 19 años.

Prisión y martirio

Seis días más tarde, el 22 de julio de 1936, fue detenido con toda la comunidad en el propio convento y, después de algunos cacheos, entre miedos y sobresaltos, pasa a formar parte de los siete Oblatos que fueron asesinados en la madrugada del 24 de julio en la Casa de Campo, parque situado entre Madrid y Pozuelo.

Testimonios de dos supervivientes

El P. Felipe Díez, nos narra los hechos:
El ambiente socio-político que existía en Madrid y sus alrededores a mediados de julio de 1936 nos era casi desconocido porque, siendo seminaristas, no íbamos a Madrid ni leíamos los diarios. Sólo escuchábamos las conversaciones y por ellas podíamos deducir que las cosas andaban muy mal.Pero sí teníamos vivencia de que existía un ambiente contra la Iglesia en general y contra nosotros en concreto.Tuvimos que dejar de salir a pasear por los insultos y amenazas graves que proferían contra nosotros. Estando en el mismo convento, oíamos estos mismos insultos y amenazas de los transeúntes cuando pasaban frente al convento. La sensación que teníamos es que algo se estaba fraguando contra la Iglesia y, más en concreto, contra nosotros mismos.
El 19 de julio de 1936, bajé a ducharme. Cuando estaba esperando que saliera el que se estaba duchando, sentí ruidos y carreras que me extrañaron, abrí la puerta del pasillo y, cual fue mi sorpresa, cuando al abrir la puerta me encañonaron con un revólver. Yo le dije que me iba a duchar y me dijeron: “¡Sal a la huerta!”, a lo que respondí: “Pero yo quiero vestirme”, y me repitieron de nuevo: “¡No, sal a la huerta!”, y al salir yo en dirección a la puerta me encontré con uno al que llamaban Guerrero que acariciaba la culata de la pistola y me dijo: “¡Entra ahí!, ponte mirando a la pared y con las manos arriba. Esto se termina”. Yo entré e hice lo que me mandó. Encontré a dos seminaristas más en la misma postura: Angel Villalba e Isaac Vega. Yo, al ponerme al lado de Isaac, le dije: “Isaac, llegó el momento de ir al Cielo”.
En ese momento pasó el P. Vega y nos dijo: “Hagan el acto de contrición que les voy a dar la absolución general”. Yo quería rezar el Señor mío Jesucristo, pero no me salía, pero sí me salían actos de amor a Dios, de perdón hacia los que pensábamos que nos iban a fusilar y de ofrecimiento de la vida por los que nos mataban, por la Iglesia y por España.
A esa habitación donde yo estaba fueron introduciendo a todos los miembros de la comunidad.Después de un rato de estar así, con un calor asfixiante, nos mandaron salir a la huerta, pero ya detenidos y en consecuencia sin libertad de movimientos. Yo me acerqué al P. Delfín Monje y le comenté mi situación, ya que sólo iba vestido con la sotana. Él me dijo: “Dile a un miliciano que te acompañe y ponte la mejor camisa para morir bien vestido”. Así lo hice y me devolvió al grupo.

El P. Ángel Villalba, otro de los prisioneros supervivientes, nos cuenta:
Estábamos en la sala e estudio. Los milicianos entraron en casa, tomándola como posesión suya, y nos llevaron a todos a la planta baja, convirtiendo el comedor en dormitorio común. Ellos se apropiaron las habitaciones de los profesores convirtiéndolas en “checas”. Uno de los Siervos de Dios, creo que fue Pascual Aláez, fue llamado para ser interrogado. Cuando volvió, Pascual estaba aterrorizado del interrogatorio. Incluso comentó que le habían amenazado con una pistola.
Recuerdo que también llamaron a otros a declarar, aunque ya no podría precisar quiénes fueron.
Más tarde los milicianos nos sacaron del comedor y nos pusieron a todos en fila en el pasillo y leyeron una lista de siete nombres. Se llevaron a los siete y nunca más se supo de ellos. Los nombres de los que se llevaron fueron el P. Juan Antonio Pérez, Pascual Aláez, Cecilio Vega, Francisco Polvorinos, Manuel Gutiérrez, Justo González y Juan Pedro Cotillo.

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